memories






Memorias, buenas o malas, siempre te acompañan. A veces piensas que no duelen, que no son más que memorias. Pero otras el destino juega contigo a las cartas, y te los trae de vuelta. Empiezan siempre con la frase: "¿Te acuerdas de...?" y terminan con la cabeza baja, la mirada perdida, la sensación de que no se repetirán, de que todo ha cambiado.

¿Qué fue de aquello que tenías, aquello que te daba miedo perder, aquello que pensabas que era lo único que te mantenía en vilo? Un día faltas, otro cambias de trayectoria, y al final la que ha cambiado eres tú. La que ya no es la misma en apariencia, aún notándose que te queda algo de tu esencia. Tus recuerdos te miran extraño, como mira el niño pequeño a todo individuo cuya cara no le suena; te miran arrugando la nariz, sonriendo, pero dejando ver que apenas te reconocen, que, efectivamente, no queda nada.

Antes eras tú, la que se quejaba. Decías que tenían miedo a los cambios, que se negaban a avanzar. "Qué más da, está todo perdido". Tus recuerdos se estaban dispersando, se estaban alejando de ti, de tal forma, que quizás se hubieran perdido definitivamente en tu memoria.
La misma memoria que se quedaba grabada como una declaración de amor en la corteza de un árbol.
Esa memoria que ahora, te estaba susurrando al oído historias. Quién eras tú entonces.
Y quién eres ahora.

No había nada de malo en ser quién eras. La identidad no es más que otra forma de reinventarse a uno mismo, la identidad es algo que si se quiere, se puede moldear, como la arcilla.
Eras quien eras. Aunque a veces no te sintieras nadie. Sabías donde andaba tu rumbo, por dónde estaba el norte que marcaba tu brújula. Sabías que todo tenía un porqué.

A pesar de que antes, no te sintieras nadie, otras te creías alguien. Huías a alguna parte, te enclausurabas, con la esperanza de desahogarte. Y alguien aporreaba la puerta; tu recuerdo estaba ahí, con los demás, instándote a salir, a que te enfrentaras a ellos. Gritabas, te quejabas, no te controlabas. Si alguien pudiera tallar las lágrimas, convertirlas en diamantes, podrías haberles hecho un hermoso collar.
Y es que nadie te entendía, porqué llorabas. Nadie sabía qué querias. Solo sabían que te habías descontrolado una vez más.

Ahora, te sientes alguien. Tus recuerdos se han desligado de ti. Ya no están, vagan aparte, y de vez en cuando te dedican un gesto, mitad aceptación, mitad contrariedad: Cuánto has cambiado.
Cuánto he cambiado.

Sin embargo, antes no me sentia nadie, pero tampoco era alguien.
Ahora, tampoco.



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